Premios Nobel, cambio climático y centrales nucleares
Todas las campañas y movimientos sociales que estaban empujando a los políticos a actuar, todas las convenciones internacionales en las que se llegaba a aparentes acuerdos y todos los esfuerzos por parte de la sociedad que, por fin, parecían tener algún resultado, quedaron reducidos a nada con la pandemia. Y está claro que frenar la segunda era prioridad número uno, sí, pero estos dos años que han supuesto un punto y aparte en la vida de todos nosotros no pueden suponer también que nuestras prioridades a largo plazo, como frenar en la medida de lo posible el cambio climático, caigan irreversiblemente en el olvido: no pueden suponer su punto final.
Pandemias y crisis sanitarias mundiales aparte, probablemente, y como ya conocemos, la forma más eficaz de ralentizar esta crisis medioambiental recae en nuestro sistema energético y en cómo debemos modificarlo para hacerlo igual (o más) eficiente, e infinitamente menos contaminante. Está claro que dejar de depender de los combustibles fósiles (gas y petróleo en el caso de nuestros países vecinos) es el primer paso, para lo que el desarrollo de las energías renovables es fundamental. Sin embargo, la total dependencia de todo el sistema en las mismas es energéticamente inviable con la tecnología actual (fuentes de energía irregulares y poco aprovechadas), por lo que, y hasta la llegada de la energía nuclear de fusión dentro de unos cuantos (demasiados) años, debemos explotar otras fuentes de energía que nos aseguren un suministro constante del que podamos ser dependientes cuando las renovables fallen. Y es aquí donde entra la tan amada por unos pocos, y tan odiada por otros muchos, energía nuclear de fisión (la de toda la vida).
Si bien no diría que la amo, no la odio en absoluto. La energía nuclear (vamos a referirnos siempre a la de fisión) es probablemente la energía más estigmatizada de todas, incluidas las no renovables. Si le preguntas a alguien que tenga poco o ningún conocimiento sobre la misma si las centrales nucleares deberían ser suprimidas definitivamente, te respondería, sin ningún miramiento, un rotundo: "sí". Y si tras esto le preguntaras el por qué, la mayoría contestaría: "porque son malas, ¿no?", denotando, con esa dubitación final, su profunda ignorancia sobre el tema.
Detrás de esta opinión popular de la energía nuclear se encuentran, casi con toda seguridad, los dos grandes desastres nucleares que hemos acontecido: Chernóbil y Fukushima. Paradójicamente, las centrales nucleares cuentan con mecanismos muy avanzados de seguridad que impiden que estos episodios ocurran; y es que, por un lado, en Chernóbil, no se contaba con una tecnología de prevención y contención tan avanzada como hoy en día, mientras que en Fukushima nunca se predijo la posibilidad de que un tsunami de aquellas características arrasara la costa japonesa; por lo tanto, podemos afirmar que estos desastres son exclusivamente puntuales y en ningún caso deberíamos volver a ser testigos de nada similar.
Esta situación se vuelve más controversial sabiendo que en muchos países europeos (especialmente en los Balcanes) la producción de energía mediante renovables es prácticamente nula, pues no cuentan con fuentes tan fiables (suficientes horas de sol, corrientes de vientos continuas y potentes, etc.) como, por ejemplo, en países como España (sol) o Noruega (viento). Y, aún así, estos países siguen prefiriendo optar por fuentes mucho más contaminantes como el carbón o el petróleo, en lugar de mirar hacia la fisión nuclear y su mejor balance contaminación/producción.
Este pequeño recorrido, que iniciamos con los recientes Premios Nobel, y que nos ha servido someramente como recordatorio del problema climático que seguimos enfrentando, hemos visto cómo debemos dejar de estigmatizar la energía nuclear y emplearla en nuestro beneficio para lograr los objetivos pactados por las convenciones climáticas; pues, lejos de ser ese monstruo a ojos de la mayoría, es potencialmente nuestra principal herramienta para poder dejar de depender, de una vez por todas, de los combustibles fósiles para producir energía, y seguir contando, claro está, con todas las garantías de abastecimiento.
Por otro lado, de la influencia de los lobbies energéticos en la cuestión ya hablaremos en otro momento. Y en el caso de que quieras ahondar en el tema y reflexionar un poco más, dejo por aquí una charla TED de Michael Shellenberger, un periodista y autor estadounidense experto en cambio climático y energías renovables. Muchas gracias, y hasta dentro de quince días :)
Hola Diego. Muy interesante y de actualidad la entrada con la que has elegido empezar tu blog.
ResponderEliminarEs obvio que comparto contigo muchas de tus opiniones ;). Claro que estoy de acuerdo con que la energía nuclear moderna es más segura, barata y limpia. Coincido contigo en que hasta que no se generen nuevas tecnologías más seguras, menos contaminantes, e igualmente baratas no debemos prescindir de la energía nuclear de fisión. El gran problema es la enrome inversión y tiempo que se requiere en montar una central nuclear, que conlleva la necesaria planificación y financiación de las mismas, cosas que en España no se dan.
Recientemente leí una noticia sobre el desarrollo y viabilidad económica de minicentrales nucleares, más rápidas de instalar y económicamente más asequibles. No sé si por ahí irá el futuro próximo.
Creo, sin embargo, que has minimizado el impacto que puedan tener los residuos radiactivos de las centrales nucleares, si no son bien gestionados.
Por otro lado, no has mencionado la enorme influencia que tiene este recurso en el tablero geopolítico mundial, que hace que no todos los países puedan plantearse su desarrollo, teniendo en cuenta que dicha tecnología está muy próxima a la armamentística.