James Webb, Starlink y basura espacial
El mejor regalo de navidad para la ciencia llegó el 25 de diciembre, y es que, tras un lanzamiento más que perfecto, el telescopio espacial James Webb iniciaba su camino hacia el segundo punto de Lagrange (L2), a 1492 kilómetros de la Tierra, en el que el mayor y más avanzado telescopio jamás creado (sucesor del famoso Hubble) pasará plácidamente el resto de su vida, observando hacia lo más profundo del cosmos. Este hito de la ingeniería aeroespacial permitirá a la Física echar un vistazo al pasado, a los primeros años de creación del universo, y así tratar de avanzar en dar respuesta a la gran pregunta: ¿de dónde venimos?
El James Webb, recogido, unos días antes de su lanzamiento.
La realidad es que los telescopios espaciales son oro puro para la astronomía. Las interferencias, el ruido y los ajustes casi no existen cuando la fotografía se toma sin atmósfera, polución ni objetos creados por el humano por ahí pululando. Y el 60% (de un total de poco más de 3.300) de estos objetos pululantes (operativos) tienen nombre y apellido: Elon Musk. El magnate sudafricano, con su empresa Space X, que pretende crear una malla de satélites, llamada Starlink, que cubra la Tierra para proporcionar internet de banda ancha vía satélite a cualquier parte del mundo, está en el punto de mira de todos los astrónomos. Su objetivo, acabar colocando un total de 42.000 satélites en órbita, 42.000 objetos pululantes que harían impracticable el estudio del cosmos usando telescopios en la Tierra.
La malla estaría conformada por 42.000 satélites que cubrirían toda la esfera terrestre.
Los astrónomos de todo el mundo ya han denunciado esta situación y ningún organismo competente parece querer ponerle solución, al menos antes de que el daño sea irremediable. La megaconstelación de Starlink supondría la aparición de "artefactos" (así es como se llama a la luz producida por un satélite que interfiere las fotografías captadas por los telescopios) en la mayoría de imágenes tomadas. Además, el hecho de tener que, no solo estar eliminando los artefactos de las fotos, sino también de tener que predecir (para aquellas redes de satélites cuyas posiciones son de dominio público) cuándo es el momento más conveniente y a qué lugar del cielo nocturno apuntar a la hora de tomar una fotografía, se traduciría en mucho tiempo y dinero gastado innecesariamente y proyectos que, o bien recibirían sus datos con un retraso considerable, o bien serían directamente cancelados por la larga lista de espera que tienen los telescopios más potentes del mundo.
Por otro lado, estos satélites no solo influirían en las fotografías de luz visible, sino especialmente en las de luz infrarroja y las de radiofrecuencia, en las que su impacto no se podría solucionar simplemente pintando (literalmente) los satélites de negro, como ya intentó una vez Elon Musk, ni posicionando una pantalla que produjera sombra, como pretende hacer.
En algunos casos, los artefactos pueden llegar a invalidar completamente las fotografías.
Dentro de lo que cabe, Elon Musk siempre trata de no estar en guerra con los científicos (precisamente de la ciencia es de lo que se vale para ser el hombre más rico del mundo) por lo que, con el objetivo de que su megaconstelación salga adelante, siempre ha intentado poner solución en la medida de lo posible a los problemas que sus satélites ocasionan (aunque, eso sí, el dinero siempre va por delante, y cancelar el proyecto nunca ha sido una opción); pero, ¿qué pasaría con otras empresas como Amazon y Meta, o incluso organizaciones de países no conocidos precisamente por su trasparencia como China o Rusia?, ¿acaso serían tan "amigables" como el director de Space X (que sabemos que de amigable tiene poco)?
Si bien el auge de las constelaciones de satélites es un problema para la ciencia, lo es también la gran olvidada: la basura espacial. Desde el inicio de la Primera Revolución Industrial, la contaminación de la Tierra no ha tenido pausa. Hoy sabemos que hasta en el lugar más profundo del océano, a 11.000 metros de profundidad, se pueden encontrar plásticos y, a pesar de todo, seguimos contaminando nuestro planeta a niveles que se han demostrado insostenibles. Con la exploración espacial aún en su nacimiento, y en vez de aprender del que ha sido nuestro mayor error como especie (destruir lentamente nuestro propio hogar), la contaminación del espacio, más en concreto de las órbitas bajas terrestres, sigue siendo un tema del que nadie se ha preocupado seriamente.
Según la Agencia Espacial Europea, hay al menos 29.000 objetos de más de 10 centímetros orbitando la Tierra. Estos objetos son producto de misiones espaciales ya completadas (durante los lanzamientos espaciales se desprenden diferentes partes de los cohetes, que quedan orbitando la tierra sin ninguna función) y de los mismos satélites y de otros objetos espaciales en desuso. Aunque el universo sea infinito, el espacio para poner objetos en órbita alrededor de la Tierra de forma segura no lo es, y el rápido aumento de la basura espacial puede poner en riesgo tanto futuras misiones de exploración espacial, como la propia creación de las ya nombradas megaconstelaciones (que a su vez se traducirían en más basura espacial cuando estas entraran en desuso).
La cantidad de basura espacial generada ha crecido exponencialmente en los últimos años, fruto principalmente de las explosiones y colisiones de objetos no operativos.
Está claro que en el espacio las leyes que rigen (que además son internacionales, y por lo tanto más difíciles de establecer) son todavía débiles, por lo que es indispensable la creación de unas pautas que toda empresa y organismo deba cumplir a la hora de colocar un objeto en la órbita terrestre. Además, para que estas futuras leyes sean verdaderamente efectivas, es necesario dejar de mirar por el beneficio económico y tener únicamente en el punto de mira un aspecto: cómo puede afectar a la ciencia (directa o indirectamente, como en el caso de la basura espacial) la puesta en órbita de cada uno de los objetos que se pretenda lanzar al espacio.
Que el avance de la ciencia (y algunos dirán también el futuro de la humanidad) depende de lo que hagamos y descubramos en el espacio exterior está más que patente; sin embargo, ahora debemos ser responsables con nosotros mismos y llevar a cabo todo lo que pretendamos de manera que no se nos torne en nuestra contra en un futuro, como está pasando con el cambio climático. Los ciudadanos de a pie poco podemos hacer para dirigir la situación, pero las organizaciones internacionales, como la ONU, y las agencias espaciales, como la NASA y la ESA, deben meter presión en el establecimiento de unas nuevas y más determinantes leyes que miren hacia el futuro y regulen la acción humana en el espacio.
Para ahondar más en el problema que supone Starlink y las megaconstelaciones para la astronomía les recomiendo ver este vídeo de Quantufracture, un crack de la divulgación científica. Por otro lado, si tu sueño es ser igual de rico que Elon Musk, te pido desde ya que tengas un poco más en cuenta a la comunidad científica. Una vez más, gracias por leernos y no olvides dejar tu comentario. Nos vemos dentro de una quincena :)
Muy interesante. siempre aprendo cosas nuevas leyéndote. Es verdad que hay demasiada basura espacial orbitando la Tierra, y más ahora con esos y otros nuevos minisatélites con que pretenden tener conectada a toda la humanidad (parecería que si no te puedes conectar estás en la prehistoria). Pero también es verdad que hay una ley que está a nuestro favor, la de la Gravedad. La inmensa mayoría de la mencionada basura espacial termina cayendo nuevamente a la Tierra y, normalmente, se desintegra en la atmósfera. Así que la naturaleza se encarga sola de limpiar nuestro entorno inmediato. Aunque puede que esta limpieza no se dé a la velocidad deseada.
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