DART, asteroides y el futuro de la humanidad
El pasado 24 de noviembre, y a bordo de un Falcon 9 de la ya mundialmente conocida empresa Space X, la misión de la NASA "DART" (Double Asteroid Redirection Test) vio por fin cómo su satélite despegaba rumbo a Didymos, un asteroide binario que orbita alrededor del Sol. El objetivo: comprobar si el impacto cinético es un método efectivo para desviar a un asteroide de su órbita y así empezar a preparar una posible misión que tenga como labor librar a la Tierra de un impacto de meteorito que pueda tener daños irremediables.
El Falcon 9 portador de DART despegando desde California, EEUU.
La gravedad es la reina del cosmos. A escalas planetarias (casi) todo se puede medir, predecir y analizar mediante la Ley de la Gravitación Universal de Newton, y es esa misma gravedad la que podría acabar con la Tierra... pero también salvarla. Los amantes de la ciencia-ficción probablemente estén pensando en reventar dicho asteroide, hacer que se despedace con un impacto tremendo o incluso haciendo estallar una bomba en él, al estilo de Bruce Willis en Armaggedon, sin embargo es mucho más sencillo que eso (además de que la propia gravedad podría hacer que los trozos de asteroide se atrajeran nuevamente, lo que francamente no solucionaría el problema), solo hay que pensar en las órbitas.
En el espacio, por lo general, los cuerpos (satélites, asteroides, planetas...) orbitan alrededor de otros cuerpos de mayor masa, como es el caso del sistema Tierra-Luna o del sistema Sol-Tierra. Los asteroides que podrían suponer un peligro para la Tierra orbitan alrededor del Sol, y ese peligro solo se daría en caso de que la Tierra y el asteroide tuvieran órbitas que se corten y, de forma aparentemente azarosa (pero medible), ambos cuerpos estuvieran al mismo tiempo en dicha intersección. Es ahí donde entra en juego la ingeniería al tratar de diseñar y fabricar un dispositivo capaz de modificar, con un impacto, la órbita del asteroide en cuestión para que, en lugar de estrellarse directamente contra la Tierra, pase gentilmente de largo (aumenta su periodo y su distancia al Sol proporcionalmente), como si de la Luna se tratase, pero a una velocidad tan grande que sería imposible que quedara atrapada en la órbita terrestre. En el caso de DART, el objetivo es aumentar el periodo del asteroide que orbita, llamado Dimorfos, de algo más de 100 metros de diámetro, entre 10 y 20 minutos, justo lo necesario para poder medirlo desde la Tierra y demostrar que el método es viable.
Representación del impacto del satélite DART sobre el asteroide binario Didymos.
Tanto la NASA como la ESA han localizado todos los posibles asteroides que, de desviarse de su órbita, podrían suponer un peligro para nuestro planeta, y todo apunta a que hay una mayor probabilidad de que el ser humano se extinga por otras razones antes de que otro meteorito como el que teóricamente acabó con la vida de los dinosaurios pueda impactar contra la Tierra. Y aquí nos podríamos plantear una pregunta: si este acontecimiento es tan improbable, ¿es realmente necesario invertir fondos públicos en tratar de anteponer una solución a un problema inexistente, en vez de que invertir dichos fondos en otros campos de investigación y así obtener unos beneficios más directos para el bienestar de la humanidad? Al fin y al cabo, como la pandemia nos ha demostrado, una mayor inversión en medicina podría haber supuesto un menor número de muertes por Covid, lo que podemos extrapolar a la investigación científica en general.
Si hay algo que podemos afirmar del ser humano es su gusto por lo sensacionalista. Es obvio que la cura de una enfermedad con nombre impronunciable es menos impactante que desviar todo un meteorito de hectómetros o incluso kilómetros de diámetro; así como es obvio que se trate de buscar una salvación a la humanidad, al fin y al cabo es la supervivencia de la propia especie...—capaz le haríamos un favor a la Tierra dejando de existir—.
En cualquier caso, ¿es realmente necesario irnos tan lejos a buscar el fin de la humanidad? La propia pandemia también nos ha demostrado cómo, cuando absolutamente nadie se lo espera (solo los científicos que, una vez más, son todos unos locos hasta que ocurre lo que predicen), llámalo determinismo, llámalo destino, nos puede dar un susto, incluso a los más ricos (países desarrollados). Ese susto, que en nuestro caso ha venido del lado de la biología, podría ser mortal, y llegar desde otros flancos: guerras, desastres nucleares, cambio climático...
Según la OMS, cada año mueren alrededor de 13 millones de personas a causa de la insalubridad del medioambiente.
Uno de estos casos podría estar más cerca de lo que parece. El pasado mes de noviembre causaron especial revuelo las afirmaciones de la ministra austriaca de Defensa, Klaudia Tanner, quien ponía en alerta a la población de su país, y con ello a la de todo el mundo, asegurando que tarde o temprano viviremos un apagón mundial (entendamos esto como el corte del suministro eléctrico de todo el globo) que pondrá en jaque a la propia humanidad. Según Tanner, la insostenibilidad del sistema de producción eléctrico de Austria, y por ende la de otros países de Europa, podría provocar dicho apagón, que tendría, para empezar, unas claras y desastrosas repercusiones económicas (nos veríamos sumidos en la mayor crisis de nuestra historia) y, con ello, la vida de todos nosotros, dependientes claramente de la electricidad, correría grave peligro.
Los expertos de nuestro país apaciguaron rápidamente estas comprometidas afirmaciones, explicando que el riesgo de una ruptura del suministro eléctrico es prácticamente nula en un país como España. Sin embargo, con esto no pretendo cuestionar la efectividad del sistema austriaco ni irme por las ramas analizando los problemas de abastecimiento eléctrico de nuestro sistema —hablamos de algo parecido en nuestra primera entrada—, sino poner un ejemplo de cómo podría ser el fin de nuestros días, ejemplo claramente más probable (dentro de la improbabilidad) que el impacto de un meteorito mortal.
El futuro de la humanidad es incierto, pero lo que está claro es que ni nuestros decanietos (siete generaciones más jóvenes que nuestros tataranietos) vivirán el impacto de un meteorito tan grande como para preocuparnos; sin embargo, todo apunta a que nuestros tataranietos sí vivirán en un mundo gravemente dañado por el cambio climático y en el que habrá habido alguna otra pandemia más además del coronavirus. En lugar de pensar tanto a muy largo plazo, debemos tener en cuenta que existen otros problemas en nuestro planeta que se podrían dar más bien a medio plazo y que podrían suponer el fin de la vida en él, o al menos la muerte de millones (incluso miles de millones) de personas.
Como cada quince días, muchas gracias por leernos. Les invito a dejar su comentario y mostrar su punto de vista acerca de estas inversiones millonarias en proyectos que velan por el ego humano. Nuevamente, muchas gracias y hasta dentro una quincena :)
Me ha gustado mucho tu reflexión. Pero como todo, es relativo. El riesgo de impacto de un meteorito, de dimensiones suficientemente grandes como para causar graves daños a la Tierra, o a algún país o región, es bajo, pero no creo que por ello sea desdeñable, más teniendo en cuenta que, al menos yo, no creo que "lo sepamos todo". Realmente creo que no sabemos a ciencia cierta que no hay ningún meteorito en nuestro camino próximo. Es una cuestión de probabilidades, o de conocimiento parcial. Hasta donde saben los científicos parece que no hay, pero no pueden asegurar que no taxativamente. Por ello, no está de más tener un método preparado y puesto a punto por si acaso.
ResponderEliminarDesde luego, estoy de acuerdo contigo en que, en cualquier caso, parece más probable que los problemas, en caso de aparecer, no vengan de fuera de nuestro planeta, sino que más bien sean causados por nosotros mismos. Has mencionado tres problemas o riesgos ciertos, como el cambio climático, nuevas y más graves pandemias, o un holocausto nuclear. Tal vez también haya que dedicarle más recursos intentar que, en lo que está de nuestra mano, este planeta siga siendo habitable para nuestra especie.